miércoles, 18 de julio de 2012

Feather 1


Aquella mañana era la primera de la primavera.
Me desperté al alba, como todas las mañanas de mi existencia solitaria, por el gorgojeo de los pájaros cantores. Sus dulces tonadas me sacaron de los brazos de Morfeo, a través de un bostezo.
-Buenos días, Yoite.-le dije al pequeño Munkeq que dormía siempre a mi vera. Los Munkeq son una especie de lirones con dientes más afilados además de un par de alas plumadas tanto en el lomo, que usaban para volar, y otras mucho más pequeñas en las orejas, que solo los ayudaban a equilibrarse.
Yoite se estira y abre por completo sus alas, eran mucho más grandes y angostas que su cuerpo, lo que le permitía cargar con cosas muy pesadas.
“Buenos días, Humana” dice el Munkeq a modo de respuesta, hace muchos años tuve un nombre, pero quedó en el olvido, ya que mis compañeros de fatigas me llamaban así.
-¿Qué hacemos hoy?-pregunto mientras me asomo a la ventana de mi habitación, la casa estaba en un lugar elevado lo que me permite ver los lindes de la isla.
“Las fresas deben de estar listas para recolectarlas” Me responde Yoite de manera indirecta.
-Habría que ir al otro lado de la isla,-El Munkeq me mira suplicante- Bueno, no nos vendrá mal un paseíto.
Me pongo la ropa que siempre uso, una camisa de manga ancha pirata caída de un hombro, unas telas de aparentan ser un refuerzo de una cota de malla, y unos pantalones muy cortos. Siempre iba descalza, me era más cómodo.
Antes de salir cojo mi vara, como siempre, en su forma replegada y la ciño al cinto.
Bajo la ladera corriendo, notando como el viento acaricia mi tez morena adornada con una estrella azulada en la mejilla, un símbolo de buena suerte de mi civilización. El aire se funde con mi pelo haciendo que mis bucles dorados se enreden.
El Munkeq volaba bajo, al alcance de mi mano. Paso por aquel bosque tan profundo, saltando por aquellas rocas cubiertas de musgo, por el riachuelo, haciendo que el agua fresca me limpie la tierra de entre los dedos. En una media hora hemos llegado al otro lado de la isla.
“¡Bien! ¡Fresas!” Exclama mi amigo emplumado. Sonrío mientras las corto, de vez en cuando le lanzo una a Yoite, quien se la come ¿O debería decir engulle? Sin rechistar.
Una a una, las pequeñas frutas rojizas caen en el zurrón que siempre llevaba. En un suspiro de cansancio, al pasarme la mano para limpiar mi frente de sudor, alce mi vista para verlo.
Un barco.
O lo que aparentaba ser un barco, tenía un par de alas de metal a los lados, no poseían velas, pero el caparazón era exacto a un barco. Le salía humo de uno de los propulsores.
Estaba atracando en mi isla. Deduje que tendría tripulación, por sus movimientos precisos, además de que vi a una persona por la proa.
Al principio me alegro, ¡Gente al fin!, llevo una eternidad en la soledad de esta isla, sin poder tener a nadie como yo.
Veo que van  a desembarcar cerca de la costa donde yo me encuentro, comienzo a caminar sin ser consciente de ello, en dirección al navío.
“¿Qué son?” pregunta Yoite.
-Humanos, como yo.-le indico con una sonrisa.
“Entonces, ¿Son buenos como tú?” Yoite se sube a mi espalda, refugiándose en ella.
Aquella pregunta hace que me replantee mi determinación de ir con ellos. En los libros que leía siempre había gente mala, quizás ellos eran malos, como esos ladrones de los mares, de cuando había mar. Los piratas.
¿Y si eran piratas?
-No lo sé. Puede…- reculo en mi respuesta, no sabía que decir, me paro en seco. El animal me mira silencioso.
“Pues vamos a ver como son. Y si son buenos quizás puedan ser nuestros amigos.” Me propone mientras me cubre, como si fuese una mano la cabeza con su ala.
-Vale.- digo seria. Obligo a mis pies atemorizados y nerviosos por el que podría ser el primer contacto humano en dieciséis años.
Camino, conozco de memoria aquellos árboles, rocas y plantas. Atenta al ruido de cualquier chasquido, de ramas o incluso alguna hoja seca.
Oigo una piedra rodar, como si la hubieran pateado, y justo aparece la pequeña piedra a mi vista. Subo lo más deprisa y silenciosa que puedo al árbol más cercano, me encaramo en sus ramas.
Una bota aparece en mi campo de vista. Luego una rodilla, una pierna, una mano enfundada en un guante, un brazo, un torso y por último un rostro.
Mi primer visitante era un muchacho, quizás algo mayor que yo, tenía el pelo de color negro azulado como una noche sin luna. Lleva una especie de chaqueta larga blanca hasta las rodillas, con mangas, abierta. Iba sin camisa o camiseta. Unos pantalones negros enfundados en unas botas no muy altas, que se podrían considerar botines.
Llevaba tres dagas en el cinto y una especie de zurrón bastante lleno de una especie de bolitas negras y blancas.
La presencia de armas y la expresión de indiferencia hicieron que desconfiara aun más si cabe de él. Aparenta estar buscando algo, y acaba elevando la vista. Sus ojos se clavan directamente en los míos. Aún sabiendo que estaba completamente oculta no puedo evitar el nerviosismo ante aquella mirada, tan fría como el color que tenían sus ojos, un azul pálido que se podría confundir con el hielo.
Aludo mis nervios a que era la primera vez que me encontraba con un chico de mi edad en mucho tiempo, la última vez fue cuando tenía dos años. Y pocos son los recuerdos que me quedan.
Su mirada persiste, intento apartar la vista pero no puedo, algo, como un magnetismo, me lo impide. Mi rostro se torna carmesí.
-Yarek. Te estaba buscando.- dice una voz masculina desconocida, el supuesto Yarek se gira, rompiendo el contacto visual.
-¿Qué quieres?-pregunta cortante al otro joven, de pelo color oro como el mío. Más largo que el de Yarek, recogido en una trenza corta. Más alto que este y de conflexión fuerte.
-Nusia dice que no te alejes. Todo esto me da mala espina, se dice que esta isla esta maldita…- Me acomodo para continuar escuchando la conversación. ¿Maldita? Por eso nunca venía nadie.
Al colocarme en mi rama, el zurrón se abre y caen las fresas que había recogido. Cierro los ojos fuertemente.
Tanto sigilo para nada. El miedo confunde mis sentidos, mi respiración se vuelve pesada. Trato de moverme pero mis músculos no responden a mis llamadas.
-Lowell, parece que tenemos compañía.-dice Yarek a su compañero con una sonrisa malévola. No me gusta cómo se estaba poniendo aquello. –tú, quien seas, baja del árbol.

martes, 17 de julio de 2012

Un prólogo para un comienzo


“Cuida de esta vara, algún día te será útil”
Esas fueron las últimas palabras de mi madre antes de irse de nuestro hogar. De aquella pequeña isla flotante, donde construimos nuestra casa sobre las ruinas de la última ciudad de mi gente: los Woray.
Desde entonces nunca he dejado de llevar aquella vara encima, esperando a que mi madre volviese para enseñarme a usarla como me prometió en mi más tierna infancia.
A lo largo del tiempo me di cuenta que nunca volvería, si no ¿Por qué a tardado diecicseis años sin darme noticia alguna?
Por suerte no estaba sola, bueno, en sentido de personas no hay nadie en esta isla, pero en cuanto a compañeros de fatigas tengo a las bestias. Si habeís leído bien: Bestias.
Desde que nací tengo el extraño poder de hablar con ellas, lo que ha logrado que no me vuelva loca por la soledad.
Yo vivía mi vida en aquella isla, cada día haciendo lo mismo que el anterior, y siempre mirando al horizonte preguntándome qué habría allí,si habrá más gente como yo.
Mi madre me hablaba de ciudades, barcos que volaban, animales exóticos, paisajes por ver. Pero sin olvidarse de lo malo, de la guerra, la codicia, la envidia,…
Yo, por aquel entonces, no sabía nada.
¿Quién me iba a decir que aquella llegada inesperada, de aquellos visitantes tan extraños, acarrearía esto?